Cuidemos el cerebro de los niños

Luis Estrella (Fuente externa)

Nuestro cerebro pesa 1.5 kg y está compuesto por 128 mil millones de neuronas, conectadas como una estructura única, masiva y flexible. Esa red cerebral que constituyen las neuronas, se comunican entre sí constantemente, día y noche, a través de lo que denominamos sinapsis.

Cada neurona trasmite información directamente a otros miles de neuronas y recibe información de otros miles, lo que produce más de 500 billones de conexiones directas de neuronas a neuronas. Estas conexiones forman el cableado del cerebro.

Los pequeños cerebros humanos nacen en construcción, por lo que vienen a completar plenamente su estructura y función adulta a los 25 años, que es cuando completan su cableado principal.

 En la medida que la información del mundo exterior llega al cerebro del recién nacido, algunas neuronas se activan con más frecuencia que otras, implicando cambios cerebrales que son llamados plasticidad.

La neoplasticidad permite que el cerebro a través de la sinapsis, produzca nuevas conexiones neuronales en un cerebro hasta su muerte. Por eso se considera que una persona puede cambiar hábitos y costumbres sin importar los años, ya que las nuevas conexiones neuronales sustituyen las existentes.

Cuando un bebé nace lo hace con el doble de conexiones neuronales que un adulto, pero en la medida que esas conexiones no son usadas, poco a poco van desapareciendo. Se convierten en una carga metabólica, que no aportan nada y en cambio son una fuente de energía para el cerebro. 

Cuando los niños se desarrollan con poca atención, aislados y sin un entorno familiar que les de amor, así como los que viven en extrema pobreza, sus cerebros alcanzan un tamaño inferior a la media. También algunas regiones cerebrales claves son más pequeñas y otras áreas importantes de la corteza cerebral tienen menos conexiones.

Un cerebro de niño que se desarrolle en un entorno social muy deficiente, puede formar el cableado necesario para gestionar su propio presupuesto corporal por sí solo, pero con los años aumentarán los riesgos de problemas cardíacos, diabetes, depresión y otros trastornos del estado de ánimo.

Está demostrado científicamente que una desatención prolongada de un bebé, casi siempre resulta nociva para su cerebro. O sea que no basta con dar de comer y beber a los niños y esperar que su cerebro crezca normalmente, sino que hay que atender sus necesidades sociales con contacto visual, lenguaje y tacto, lo cual de no hacerse, se estaría plantando en ellos el germen de la enfermedad.

Investigaciones diversas indican que una exposición temprana y prolongada a la pobreza es perjudicial para el cerebro en desarrollo, al tener una nutrición insuficiente, una interrupción constante del sueño, una mala regulación de la temperatura y falta de calefacción o ventilación. Estas y otras circunstancias relacionadas con la pobreza pueden afectar el desarrollo de la corteza prefrontal, que está relacionada con el lenguaje, la atención y el presupuesto corporal.

La socialización, el amor y una alimentación con los nutrientes necesarios, son la garantía para que nuestros niños, puedan desarrollar un cerebro con una red neuronal, fuerte y vigorosa, que le permita llevar una vida saludable, tanto física como mentalmente.

Redacción

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